Me desperté turbado. No sabía cuánto tiempo había estado dormido. Podría haber sido una hora como dos minutos. Contemplé la escena, nada había cambiado en el esquife. El contramaestre Barrachina dormía profundamente y a su lado, tumbado también, el joven grumete. Desde la cruda discusión con Barrachina, de la que calculaba que ya habrían pasado dos días, no lograba descansar con la regularidad adecuada. Sufría pérdidas aleatorias de conciencia, donde no distinguía entre lo real y lo ficticio.
Francisco Javier Padilla Morales
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