Relato de enero: «El mayor escapista jamás conocido»

Poco a poco empiezan a aflojarse las correas. Son necesarios unos tirones secos a un lado y al otro para hacer hueco dentro de la camisa. Después, con la mano que ya tiene fuera, saca la aguja del orificio de una de las correas que tiene a su espalda. Parece que la circulación vuelve a fluir por los dedos de su mano izquierda. Y ahora viene la parte difícil, la que solo el 0,03 % de la población sería capaz de realizar. Tiene que pasar sus brazos, unidos entre sí por las mangas, por encima de su cabeza. Y sí, lo hace sin titubear. Se disloca el hombro y con los brazos en alto separa las mangas hasta dejar suficiente espacio para poder maniobrar. Finalmente, se quita la camisa de fuerza como si fuera un jersey, a lo que el público aplaude entusiasmado. Hace una reverencia y se despide.


Erik Aostri Parga

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