“¿Llamaste al señor que quería la reforma del ático?”, me pregunta. Antes de responder
mi mente se fuga hasta el momento preciso en que me dio la orden. Yo archivaba los
papeles y me dije: “Apenas termine, lo hago”, y luego pase a otra cosa, y a otra, hasta este
momento, en que mi jefe, visiblemente molesto, me exige una respuesta. Me quedo tiesa y
muda, encogida de hombros y noto como sus venas manan como relámpagos. Sé que me
grita por los gestos de su cara, aunque no lo escucho, sé lo que dice. Me lo ha dicho tantas
veces: “¿Serás tonta o tienes principio de Alzheimer?”; “Tienes una sola neurona y la pobre
tiene problemas”; “No es tan difícil, hasta un mono amaestrado puede hacerlo”; “Estás
arruinando mi negocio y mi reputación”.
Dayana Abreu Yanes
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