Mamá hace tiempo que no está con nosotras. Una mañana del invierno pasado decidió rastrear con uñas y dientes su propio destino y se largó al París de la Francia con su último regente. Salió de casa como una reina de picas: ojos sombreados que le prestaban aspecto de mapache, labios afrutados hasta la vulgaridad y un vestido con frunces que, según me confesó la Aurori, le haría pasar por puta de altura ante cualquiera que tuviera dos ojos de frente. Ya volverá, nos dijeron las vecinas de la corrala.
Agustín García Aguado
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