Relats d’abril: “Tiempo con mamá”, “Mañana será otro día” i “Feria macabra del libro”

Tiempo con mamá

Que mamá se haya quedado sin trabajo es la única alegría que me ha traído la pandemia. Ya sé que ella está preocupada, lo noto por la arruga de su frente, por mucho que intente hacer como si no pasara nada; pero a mí no me engaña. La arruga le sale siempre que algo le asusta. Cuando me puse malita y me llevaron al hospital apareció por primera vez. Pensé que mamá había envejecido de repente, pero al ver que todo quedaba en un susto su frente volvió a estirarse y la arruga desapareció.

Rita Relata

Mañana será otro día

Vaya por delante que todo mi tormento comenzó el día que conocí a un personaje que me cambiaría la vida: el señor Parkinson. Uno de esos que se presenta sin avisar y te hace esclavo de sus caprichos. Sí, estoy perdiendo la cabeza, pero no por amor… más quisiera. El caso es que a mis neuronas les ha dado por darse a la fuga.

Resignado a vivir con más dobleces que el prospecto de un ibuprofeno, planto caro cada mañana a un futuro que se antoja falto de motivación y sobrado de lastima por parte de aquellos que me rodean. Sí, a raíz de la enfermedad, me he dado cuenta de que hasta ahora mi entorno no ha sido más que compañía comprada. Cuando la jovialidad que me caracterizaba comenzó a dar muestras de flaqueza, todos aquellos que antaño me regalaban piropos huyeron, y con ellos, la empatía.

Miguel Andrés Calle

Feria macabra del libro

A la galaxia Gutenberg le sucedió la galaxia Internet, gracias a Amazon y a otras empresas digitales dedicadas a la autoedición, centenares de miles, quizás millones, de autores que jamás hubiesen publicado, alumbraron sus propias creaciones; se trataba de los llamados, eufemísticamente,
autores independientes. La avaricia capitalista se amalgamó con el ego universal para parir al monstruo. Nunca tantos publicaron tanto para que les leyesen tan pocos. El bosque, más bien la jungla, de libros autopublicados impedía fijarse bien en los árboles, es decir, en los títulos individuales, que pasaban desapercibidos, extraviados entre el ruido y la furia del pandemónium digital.

Héctor Daniel Olivera


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