Abrió la verja y empujó. Un sonido familiar y chirriante se escuchó unos segundos. No le molestaba. Estaba acostumbrada. Era su casa. Su patio. Su jardín.
Vivía sola. Nunca se había casado. Nunca encontró el amor del que hablaban los libros.
Su trabajo de bibliotecaria le había absorbido y llenado su soledad.
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